A estas horas, cuando mi cabeza no entiende ya a razón, desvarío. El ruido de un calefactor viejo y el teclear de mis dedos, mi única compañía. Cómo quisiera estar enfrente de una gran chimenea de obra con su crepitar mágico, tumbado desnudo sobre una alfombra de época, disfrutando de la vista que me ofrece tu cuerpo hermoso, cálido y ansioso de mi.
Pero no, estoy recostado sobre mi cama, solo, con los ruidos de la luvia al fondo y ese estúpido calefactor que ni calienta ni nada. Solo. Abandonado del amparo de tus besos y abrazos, sin el cobijo de tu sonrisa, sin las marcas de tus arañazos en mi espalda. Sin tu pelo enmarañado entre mi barba, sin tus dedos enlazados con los mios. Sin tu voz, perdida en la más cruel de las lejanías.
Si afino el oído y cierro los ojos, aún puedo sentir el crepitar de los tocones de madera en vez del rebotar de gotas de lluvia en la uralita... Pero por mucho que los cierre, el agua sigue cayendo y apuñalando mis ensoñaciones.
Echa otro leño al fuego de la añoranza y quema por completo el abandono.
ResponderEliminarHay un rescoldo en el centro que jamás se apaga: la luz del alma.
Si esa estrella se apagó era porque no formaba parte de tu constelación.
Un abrazo,
EGP